martes, 6 de septiembre de 2016

Cambios. Resilencia. Comparto artículos en los que he pensado sobre esos temas...

Septiembre, 2016 Síndrome del Jamaicón Nuria Rangel En vacaciones, cuando vuelvo a mi México, mi primera misión es comer todo lo que extraño. Antes de hacer cualquier cosa, hago escala en los tacos de barbacoa con salsa borracha, los tlacoyos de habas con salsa verde, las tostadas de pata, las quesadillas, los sopes y las gorditas de chicharrón. Si es temporada, un soberbio Chile en Nogada. O al menos, un chile relleno de queso en caldillo de jitomate. Unas enchiladas, o unas enfijoladas o unos chilaquiles bien picosos. Unos tamales verdes o oaxaqueños. Y un mole negro sobre arroz rojo, frijoles de la olla y muchas tortillas. Al terminar mis manjares, trato de que siempre me quede un huequito, así le decimos los mexicanos, a la acción de dejar un espacio en el estómago para un postre; arroz con leche, un flan napolitano o unos chongos zamoranos. Yo no soy dulcera, así que me como un elote con mayonesa y unos esquites o elotes en vaso, también con mayonesa, queso y chile piquín. Adoro que la vendedora me pregunte ¿Quiere del chile del que pica o del que no pica? Cabe señalar que en México, todo lo que tiene chile, pica. Además, todo lo que me sirven, lo recibo como si fuera una ofrenda y hasta se me salen las lágrimas. Mi papá, preocupado por mi voracidad, mis índices de colesterol y porque los trastornos metabólicos son un problema nacional de salud, me dice que sufro el Síndrome del Jamaicón. Me explicó, que a medianos del siglo pasado, el futbolista mexicano José Efrén Villegas Rivera, conocido como “El Jamaicón”, jugador del Club Deportivo Guadalajara o “Las Chivas” de Guadalajara, destacó como seleccionado nacional y participó en los Campeonatos Mundiales de Suecia, 1958 y Chile, 1962. Fue obrero en su pueblo natal, era muy emotivo y lloraba con facilidad. Por esa razón le llamaron “Jamaicón”. El porque de ese calificativo, es un enigma. En México, somos afectos a decir sobrenombres a las personas y esos apelativos se convierten en referencias personales para toda la vida, sin más explicación. El caso es que el “Jamaicón”, fue un futbolista notable, su carácter sensible contrastaba con sus habilidades en la cancha, en una época en que la crónica de la radio, podía glorificar las virtudes de un deportista. Lo cierto, es que durante la época del “Jamaicón”, el equipo de las Chivas de Guadalajara, ganó ocho torneos locales. Esta historia ha sido bien documentada por el historiador Carlos Cardoso en su libro Anecdotario del Futbol Mexicano, Ed. Ficticia, 2006. En preparación para el Mundial de Suecia, la selección mexicana jugó partidos de preparación en Europa. Durante su estancia en Lisboa, se ofreció una cena al equipo, pero el “Jamaicón”, no se presentó al comedor. El Director Técnico de la Selección, Ignacio Trelles, después de buscarlo un rato, lo encontró deambulando por los jardines del hotel donde se hospedaban. Y ante la pregunta de porque no se había presentado a cenar, respondió llorando, que como iba a cenar esa comida, si él quería sus chalupas, o unos sopes, y no esas porquerías que ni de México son. Al parecer, esa crisis de melancolía, afectó su desempeño durante el partido de preparación, pues el “Jamaicón”, no pudo mostrar sus habilidades ante el equipo de Inglaterra, que enfrentaron en ese momento y que ganó aquel partido por ventaja de ocho goles a cero. Ese ataque de nostalgia por la comida, asociada la lejanía del terruño, es una mezcla de emociones e incapacidad para ejercer alguna actividad. La falta de resilencia y la consiguiente imposibilidad de continuar la vida en un país extranjero, es que lo hoy se ha llamado Síndrome del Jamaicón. El fútbol mexicano es un tema del que todos hablan en mi país. Es referencia de todo y ejemplo de vida. Algunos piensan, que es una especie de maldición y no un síndrome, la incapacidad que sufren nuestros compatriotas en la cancha, para hacer goles a los adversarios extranjeros. En otros campos, no creo que los mexicanos se hayan achicopalado, eso quiere decir, amedrentado o deprimido, fuera del país. Aquí en Shanghai y ahora en mi experiencia en Francia, veo a los expat mexicanos, destacando en talento y en espíritu emprendedor. Los mexicanos dedicados al negocio de la comida mexicana, merecen reconocimiento especial. La comida mexicana fue declarada por la UNESCO, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en 2010. El potencial económico en la comida mexicana, es enorme, ha sido respaldado por el gusto mundial por el guacamole y los totopos, que siempre son la entrada de los platillos más elaborados y de ingredientes selectos. En Shanghai, pude reconocer personalmente, a la chef Gabriela Fernández, La Coyota. Me impresionó su inmersión en la cultura china para conocer de cerca los alimentos que trasforma en platillos mexicanos auténticos. Ha logrado las salsas, compuestas de varios chiles y especias. Creo que importa algunos productos, muy difíciles de conseguir o transformar a partir de la comida local. Hay restaurantes muy conocidos en Shanghai que hacen los propio, contratando chefs mexicanos y han logrado dar reconocimiento a la comida mexicana, que es una mezcla de sabores, especias y colores, que en la boca deben distinguirse claramente y no pueden parar de comerse. Y ni hablar las bebidas, que siempre acompañan a nuestra comida; tequila, mezcal, cerveza o pulque, o un poquito de todo. Algunos prefieren, las mundialmente conocidas, margaritas. Los abstemios, gustan de acompañar su tacos con aguas de frutas o diet-coke. El Síndrome del Jamaicón, una vez identificado, debe ser vencido con voluntad y resilencia. Esa capacidad que debemos desarrollar para adaptarnos al cambio, con alternativas y acciones, para actuar razonablemente ante la incertidumbre y sobre todo, nunca perder el buen humor. En ese tránsito, a los mexicanos nos ayuda nuestra comida, para aguantar vara, o sea, recuperarse y sobrevivir a la adversidad.

martes, 14 de mayo de 2013


Historia de un cuadro

Amamos nuestro cuadro. Eso inició en Houston, durante una visita a la casa-estudio de Alonso Bedolla y su esposa Queta. Era una noche otoñal en 2007. Estábamos hablando de arte, cenando y bebiendo, a gusto. Alonso nos contaba como conseguía la madera y luego la convertía en grandes hojas planas, en su taller de carpintería. Como mezclaba las resinas naturales de la madera con los pigmentos. Fue cuando lo descubrimos, ahí en lo alto de una pared del estudio. Entre otros cuadros. No se si fue el color que se transformaba al paso de la noche, no se si eran sus formas tridimensionales que comenzaban a ocupar el espacio en el que convivimos. Fue todo. Después de la transacción, vino el arreglo, para llevarlo a Puebla, México, su nueva morada.

Alonso y Queta viajaron más de 2000 km, con el cuadro sobre su camioneta. Le hicieron un embalaje enorme para protegerlo en el camino. Su llegada fue todo un festejo. El clima estupendo del altiplano central y los volcanes de testigos. Disfrutamos mucho a los amigos. Al salir de su estuche, el cuadro era otro. Era azul, era morado, era verde. La luz poblana, lo reveló magnífico. Era enorme, pesado, vibrante. Ocupaba todo. Los muchachos lo colgaron, en un salón intermedio de la casa, donde lo alumbraba una ventana abierta en el techo. Ese salón estaba destinado a los niños, a sus juegos, a sus películas, a su descanso y el cuadro se convirtió en su guardián en el testigo de su vida en Puebla, por cuatro años.

En el salón luminoso, el cuadro, vivió con nosotros, lo vimos cambiar de colores infinitamente. El cuadro fue testigo de los primeros pasos de Iker y vigiló que nadie tocara las pistas hot wheels de Alonso. El cuadro fue testigo de la noticia de nuestra mudanza. De vuelta a Monterrey y los amigos aconsejaron; vas a necesitar una casa donde viva tu cuadro y la encontramos.

El cuadro llegó al piso 18, su nueva morada. Desde las ventanas, vimos el desastre que dejaron huracanes y crímenes. En contraste, nuestro cuadro, con su azul inmenso, representaba la belleza. Pareció adaptarse al nuevo espacio. Sorprendió a todos los visitantes con su esplendor. Inspiró conversaciones, sobre las cabezas de los que se sentaron en la sala. A mi me encantó sentarme en frente a ellos, para observar el conjunto del cuadro sobre las visitas. Las opiniones siempre fueron diversas. El cuadro encantaba o no, pero era imposible no notarlo.

El cuadro llegó a nuestra vida para convivir con él, a la hora de la comida, a la hora de la tarea y por encima de la tele, siempre vemos el cuadro. Sin exagerar, es como un hijo y como tal, viajó con nosotros a la nueva aventura, Shanghai.

Malas noticias, las restricciones con la aduana, las políticas, lo caro del embarque. No podríamos llevarlo. Ya le habíamos encontrado una casa adoptiva, una buena familia, con un muro en su casa, nos harían el favor de cuidarlo. Pero, ¿Lo amarían también?

Mi marido lo arregló todo y el cuadro viajo en un barco carguero, por el Océano Pacífico. Mientras tanto, ya le teníamos un muro en una nueva casa, que se preparaba para recibirlo.

Pasaron dos meses de zozobra, pensando en su seguridad. Los hubiéramos embodegado, así estaría seguro, pero en la sombras, con el riesgo de un terremoto o víctima de la humedad.

En marzo del 2013, llego a China. Una mañana lluviosa llegó a casa. Los chinos lo miran, se preguntarán porque me importa tanto. Está perfecto. En abril, lo colocaron en su nuevo muro. Será otra vez custodio de nuestra familia, testigo, de las comidas, de las tareas, de los juegos y de todas las emociones. Acompañará a los invitados y sorprenderá a los amigos. Ya recibió sus primeros halagos. Vivirá con nosotros nuestra aventura asiática. Qué bueno que no lo dejamos.

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Alonso Bedolla, es un artista contemporáneo que vive y trabaja en Houston, USA. Parte de su obra esta dedicada a la relación orgánica de los materiales y a la visión tridimensional, al  integrar la pintura, la escultura y la cerámica. Para el cuadro; Sin título, 27-03, 2004, Mixta sobre madera y cerámica, 59”x64”x6”cm, optó por un tema geométrico y utilizó varia capas delgadas de madera preparadas, para su propuesta de volumen, que requirió una flexibilidad adecuada. Utilizó resinas naturales que mezcló con pigmentos diversos, para la versatilidad de su cromatismo. Su obra has sido expuesta en México y Estados Unidos.

Visita www.alonsobedolla.com




martes, 19 de junio de 2012

Parque Fundidora


Parque Fundidora.

El Parque Fundidora, es un lugar extraordinario, en el centro de la Ciudad de Monterrey. Es un espacio ecológico y cultural, disfrutado por muchas personas y que nació de la extinción de una fábrica.

La Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, existió durante 60 años. Ahí fabricaban piezas de fierro y acero, no planos, como rieles, alambrón y varilla corrugada. Muchos edificios y construcciones modernas en México, tuvieron el origen de sus materiales en la Fundidora. Miles de empleados circulaban por sus gigantescos y ardientes hornos de fundición. Hacia los años 70, la adversidad llegó. Problemas sindicales y deudas económicas llevaron a la quiebra a esta fábrica en 1986.

Esta decadencia dejó en el abandonó la gran extensión del parque industrial. Sus estructuras y materiales, quedaron esparcidas por toda el área. A finales de los años 80, comenzó el proyecto de hacer un parque ecológico, en este sitio. Se restauraron los edificios y se construyó el centro de convenciones CINTERMEX. En el 2001, se abrió al público con el concepto de museo de sitio de arqueología industrial. La antigua escuela “Adolfo Prieto”, para los hijos de los operadores de la Fundidora, fue alguna vez el Centro de Educación Artística “Alfonso Reyes” del INBA.

Hubo carreras de autos de la Serie CART, no recuerdo cuantas. Se corrían en el circuito que hoy es la pista de atletismo y bicicletas. Existían ya, el Centro de las Artes y la Cineteca-Fototeca, que por razones desconocidas, se cerraban durante la carrera. Entre 2003 y 2007, se desarrolló el proyecto urbano de unir el parque a la Macroplaza, y llegar hasta ahí, en bote, sobre un río artificial, llamado Paseo Santa Lucía.

Hace poco, nosotros caminamos por la orilla del río y llegamos al Barrio Antiguo. Unos metros adelante están los murales en mosaico de Gerardo Cantú y más adelante, La Lagartera, un muelle escultórico de Francisco Toledo.  Ahí se puede desembarcar y acceder a Museo de Historia Mexicana y al Museo del Noreste o seguir caminando hasta el centro de la ciudad.

Hablar del Parque Fundidora y sus atracciones, será motivo de varias reseñas. En muchas ocasiones, hemos disfrutado sus exposiciones y sus fuentes. Hemos visitado el Museo Acero y deambulado por el Horno 3. En un paseo reciente, nos acompañaron nuestros primos y a ellos les encantan los paseos en exteriores. Comimos en el restaurante Lingote y luego nos fuimos a visitar el Parque de los Loros. Hay una tirolesa y nos sorprendimos cuando Iker de 4 años se deslizó a través de ella, con gran seguridad. Todos nos lanzamos felices, porque han creado una reserva natural sobre una presa, que se aprecia muy bien en el recorrido por la tirolesa.

Caminamos por los jardines de la Fundidora y los niños pudieron trepar por esculturas monumentales, juegos y antiguas piezas de maquinaria para la fundición. Hay tanto que hacer en Fundidora, que cada fin de semana se puede planear una actividad diferente.

Se agradece que existan lugares así. Hay una sensación de libertad y seguridad, que nace de la complicidad de las familias que parecen despreocupadas, mientras los niños corren y se derrumban en un prado verde, bajo el cielo azul y el calorón del verano.

jueves, 10 de mayo de 2012

Plaza La Luz




Plaza La Luz.

Al llegar al parque en pleno centro de Monterrey, nos sentamos en una banca verde, bajo el cielo crepuscular. Fuimos acariciados por un viento tibio, a la espera de un concierto musical público. Mientras los organizadores se acomodaban, los espectadores hacían lo propio. Compramos nieve con chamoy. Nos encontramos con nuestras amigas y los niños se fueron a conocer a los perros que paseaban con sus dueños. Alonso entrevistó a tres gentiles amos y acarició a más de cinco perros, para conocer las acciones necesarias sobre el cuidado de un perro. Iker les tiene miedo a los perros, pero siguió a su hermano con absoluto control de sus emociones. Camila y Lía, nuestras amigas, sí tienen una perrita en su casa, así que ayudaron a crear vínculos de confianza entre mis hijos y los perros. Distraída con los perros y con que los niños no se alejarán demasiado, me perdía del espectáculo del parque.

La Plaza La Luz, es un parque urbano creado para ofrecer un lugar de descanso para los empleados de la creciente industria, cerca de la ciudad, desde principios del siglo XX. El parque surgió como un espacio natural para liberar a la gente del humo de las fábricas, gracias a sus sabinos y encinos  centenarios. El parque tiene su trazo arquitectónico alrededor de una fuente seca, con un monumento central dedicado a la luz de la educación. Tiene un pedestal sobre el que se elevan las rígidas estatuas doradas de una profesora y su estudiante. Alrededor del pedestal hay relieves y una frase del regiomontano Moisés Sáenz, creador de la educación secundaria en México. La frase está deteriorada y casi no se lee. Otra frase de Sáenz decía que las cuestiones de la educación eran; cómo conservar la vida, cómo ganarse la vida, cómo formar una familia y cómo gozar de la vida. Esta última es la que resolvíamos en el parque, cuando el músico de blues Fonzeca, anunció el programa que arrancó con el rockabilly del grupo Old Chiles. De inmediato se levantaron los espontáneos a bailar. Una maestra de arte, hacía pintura con los niños. La obra producida se expuso pendiente de los árboles. Regalaron plantas y libros. Yo recibí un número de la revista Armas y Letras que edita la UANL. Me encantó encontrar ahí la poesía de Constantino Cavafis: “Cuando emprendas el viaje rumbo a Ítaca ruega que sea muy largo tu camino y abunde en aventuras y experiencias”.

El concierto siguió con el grupo WARA, rockeros por siempre, dijeron que estuvimos ahí para celebrar la vida y que era una convivencia sagrada. Celebramos el 5º Festival de la Tierra, organizado por el colectivo La Bola y los artistas invitados están recuperando los parques y la naturaleza amenazados. El parque fue un estupendo lugar para reconocer el respeto que nos debemos entre ciudadanos, hoy todos vulnerables.

El parque está bien cuidado, limpio, bien disfrutado y bien relajado. Los niños jugaron hasta cansarse, fue cuando nos fuimos.

Puedes checar,  www.festivaldelatierra.wordpress.com

jueves, 26 de abril de 2012

El Obispado

Es un peculiar edificio en Monterrey. Se encuentra sobre la Loma de Vera y desde ahí tiene una vista privilegiada de las montañas. Se le ha llamado el único edificio colonial en la ciudad, debido a que otros de la misma época, fueron destruidos o modificados a la arquitectura posterior. Es una combinación de casa y oratorio, construido para el Obispo Fray Rafael J. Verger, en el siglo XVIII, se llamó Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe. Ahí pasó el obispo su último año de vida, con viento fresco en el verano, pero murió antes de que se concluyera la obra. Por su ubicación y altura, fue cuartel de guerra desde la Independencia, invasiones extranjeras y hasta la Revolución Mexicana. Desde 1956, es un Museo de Historia. Su construcción y ornamento combinó el talento de los arquitectos españoles y la habilidad de los canteros tlaxcaltecas, que llenaron sus portadas de colores, hoy desaparecidos. Pero, se ha rescatado el cromatismo de los balcones. Hasta su escalinata llegamos, para contemplar su inmensidad y su sabiduría silenciosa. El oratorio es la parte más conocida del edificio. Aquel que tiene una cúpula inmensa y una entrada esculpida al estilo barroco, color amarillo, con plantas vegetales y frutos, símbolos de la prosperidad.

Salimos una mañana del último invierno. Subimos al camión de ruta que nos dejó al pie de la loma en la colonia Obispado. Está algo abandonada y es conocida por sus residencias que recuerdan pequeños palacios europeos o casas del sur de los Estados Unidos, de hace dos siglos. Los vecinos se han ido y los alrededores del Obispado se encuentran muy solitarios. Nos gustó ver a un grupo de estudiantes, que descendía después de una visita. Arriba vimos a muchos turistas haciéndose fotos afuera del museo. Eso nos animó a entrar. Dentro de lo que fuera el oratorio, una pintura de la Virgen de Guadalupe recibe a los visitantes y nos invitó a conocer la exposición de objetos que pertenecieron a los habitantes de Nuevo León desde hace milenios. Dos colecciones desatacan; una de objetos de arte religioso y otra de armas, banderas antiguas y uniformes. Esta última es la que interesó a Alonso, también quería saber si aún funcionaban los rifles. Iker me preguntó cien veces ¿Esa es la bandera de México?

En el patio del antiguo claustro disfrutamos de la tranquilidad de ese espacio, con sus árboles, plantas y la frescura de sus corredores. Luego, vimos ropas, libros, pinturas, abanicos, trastes, un carruaje y el equipo de ginecobstetricia del Dr. Eleuterio González. Nos gusta escuchar las respuestas que los niños tienen sobre el funcionamiento de los objetos antiguos del museo, porque los descubren por primera vez. Qué si el cuchillo del doctor sería muy doloroso o que si a mamá no le quedaría el vestido del siglo XIX.

Terminamos con un recorrido por los alrededores del palacio obispal, donde conservan; la estatua del Obispo Verger y varios cañones que flanquean el edificio. Ahí los niños se divirtieron trepando y adivinando la ubicación de los lugares de la cuidad, porque desde ahí la vista es única. Con los cañones fue inevitable hablar de la guerra y la destrucción. Nos dio algo de tristeza ver cuanta basura tiran los visitantes, el deterioro de las áreas verdes y el edificio en general, no ha tenido esmero en su mantenimiento. Había una librería en el piso inferior del museo, pero desapareció. No decayó nuestro ánimo, caminamos cuesta abajo, alejándonos del Obispado cuya majestuosidad es indestructible.

jueves, 19 de abril de 2012

Concierto de guitarra.

Es la primera vez que los niños asisten a un concierto, que no fuera una presentación escolar, un músico de restaurante o en una fiesta. La música en vivo es cada vez menos frecuente en  mis hijos acostumbrados a los medios electrónicos. La verdad es que, sí les gusta la música. Cuando comienza a cargarse el Argry Birds, suena una musiquita muy pegajosa y los dos se balancean frente a la computadora, con buen ritmo. Así que deje saber a amigos sobre mi propósito de llevar a los niños a verdaderos conciertos, con música de verdad que provenga de instrumentos acústicos y de ser posible, no electrónicos.

Conocimos a la familia Bustamante hace años. Su amistad nos ha inspirado porque han acompañado a 3 sus hijos por la diversidad de opciones que han elegido, sin prejuicios y abiertos a la posibilidad de que encuentren algo que los haga felices. Alex Bustamante de 11 años, lleva casi un año estudiando guitarra y se presentó en la Sala Manuel M. Ponce de la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey. Aquí la conocen como Escuela "Carmen Romano", es un edificio de 1911, con patio central, rodeado de columnas y arquitectura de cantera. Pisos de mármol y altos techos. En la época del Presidente López Portillo, se habilitó por instancias de la primera dama para hacer la escuela de música y danza, más importante del noreste de México. Hoy le dicen, La Superior. En ese escenario, el pequeño Alex abrió el conciento de su maestro Mario Quintanilla.

La importancia de hacer su presentación en un espacio profesional, fue muy conmovedor. Estaba tan formal y no hizo un error en su ejecución. Mi hijo Alonso, levantaba su pulgar y me miraba asombrado por el desempeño de su amigo, al que admira respeta cada día más. Iker, reconoció a Alex y aunque estaba algo intimidado por el espacio y el sonido, escuchó con atención, pero se decepcionó porque no fuimos a nadar con los amigos, después del conciento.

Como dice María Montessori, el apostol de un niño es otro niño, así que gracias a Alex por haber dado a mis hijos su primera gran experiencia musical.