jueves, 26 de abril de 2012

El Obispado

Es un peculiar edificio en Monterrey. Se encuentra sobre la Loma de Vera y desde ahí tiene una vista privilegiada de las montañas. Se le ha llamado el único edificio colonial en la ciudad, debido a que otros de la misma época, fueron destruidos o modificados a la arquitectura posterior. Es una combinación de casa y oratorio, construido para el Obispo Fray Rafael J. Verger, en el siglo XVIII, se llamó Palacio de Nuestra Señora de Guadalupe. Ahí pasó el obispo su último año de vida, con viento fresco en el verano, pero murió antes de que se concluyera la obra. Por su ubicación y altura, fue cuartel de guerra desde la Independencia, invasiones extranjeras y hasta la Revolución Mexicana. Desde 1956, es un Museo de Historia. Su construcción y ornamento combinó el talento de los arquitectos españoles y la habilidad de los canteros tlaxcaltecas, que llenaron sus portadas de colores, hoy desaparecidos. Pero, se ha rescatado el cromatismo de los balcones. Hasta su escalinata llegamos, para contemplar su inmensidad y su sabiduría silenciosa. El oratorio es la parte más conocida del edificio. Aquel que tiene una cúpula inmensa y una entrada esculpida al estilo barroco, color amarillo, con plantas vegetales y frutos, símbolos de la prosperidad.

Salimos una mañana del último invierno. Subimos al camión de ruta que nos dejó al pie de la loma en la colonia Obispado. Está algo abandonada y es conocida por sus residencias que recuerdan pequeños palacios europeos o casas del sur de los Estados Unidos, de hace dos siglos. Los vecinos se han ido y los alrededores del Obispado se encuentran muy solitarios. Nos gustó ver a un grupo de estudiantes, que descendía después de una visita. Arriba vimos a muchos turistas haciéndose fotos afuera del museo. Eso nos animó a entrar. Dentro de lo que fuera el oratorio, una pintura de la Virgen de Guadalupe recibe a los visitantes y nos invitó a conocer la exposición de objetos que pertenecieron a los habitantes de Nuevo León desde hace milenios. Dos colecciones desatacan; una de objetos de arte religioso y otra de armas, banderas antiguas y uniformes. Esta última es la que interesó a Alonso, también quería saber si aún funcionaban los rifles. Iker me preguntó cien veces ¿Esa es la bandera de México?

En el patio del antiguo claustro disfrutamos de la tranquilidad de ese espacio, con sus árboles, plantas y la frescura de sus corredores. Luego, vimos ropas, libros, pinturas, abanicos, trastes, un carruaje y el equipo de ginecobstetricia del Dr. Eleuterio González. Nos gusta escuchar las respuestas que los niños tienen sobre el funcionamiento de los objetos antiguos del museo, porque los descubren por primera vez. Qué si el cuchillo del doctor sería muy doloroso o que si a mamá no le quedaría el vestido del siglo XIX.

Terminamos con un recorrido por los alrededores del palacio obispal, donde conservan; la estatua del Obispo Verger y varios cañones que flanquean el edificio. Ahí los niños se divirtieron trepando y adivinando la ubicación de los lugares de la cuidad, porque desde ahí la vista es única. Con los cañones fue inevitable hablar de la guerra y la destrucción. Nos dio algo de tristeza ver cuanta basura tiran los visitantes, el deterioro de las áreas verdes y el edificio en general, no ha tenido esmero en su mantenimiento. Había una librería en el piso inferior del museo, pero desapareció. No decayó nuestro ánimo, caminamos cuesta abajo, alejándonos del Obispado cuya majestuosidad es indestructible.

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